Apuntando maneras

24 12 2008

¡En qué momento vienes a mi memoria, pequeño Ícaro! Disfrutando de un paseíto por mis peculiares recuerdos me he topado contigo. Me he visto transportada a mi dulce niñez entre algodones de azúcar, caramelitos de anís, heridas secas en las rodillas, mi abuela sonándome la nariz a la orilla de la playa y Sabrina con su Boys boys boys (a quién no le impactó). Pero sin más dilación procederé a contar tu relato.

Rondando mi séptimo año de inocencia un día comenzó a asaltarme un tormentoso sentimiento que me indicaba que me aproximaba a mi edad adulta (los ocho años, nunca fui más allá). Sentía la necesidad imperiosa de llamar tu atención, de que dirigieses tu mirada coronada por tan gracioso flequillo-remolino hacia mí y a que me dedicaras una traviesa sonrisa asomando esa paletilla rota tan sexy. Qué paleta…siempre fuiste un tipo duro.

Ahogada en mi pozo de agonía decidí recurrir a mi hermana mayor. Sus 11 años de experiencia con los hombres y la vida no podían defraudarme. Ella tenía grandes armas de mujer, tales como echar una mirada desafiante hacia atrás cuando se alejaba de una de sus víctimas o dejar caer un sugerente «efestivi wonder». Tras un día agotador de cole para sacar a mi familia adelante me sentó en el diván para abrirme los ojos. Me ofreció la solución que, sin duda, me llevaría al éxito: regalarle un ramo de florecitas silvestres ¡Cómo no se me había ocurrido antes! ¿Cómo la evidencia había pasado así ante mí? Las recogería esa misma tarde y a la mañana siguiente las dejaría bajo su pupitre. No había duda. Éxito seguro.macarenita-e-icaro

Dicho y hecho. Allá fuimos mi hermana y yo a recoger jaramagos (gran escritor), más conocidos como conejitos y porque se chuchurren al ratito de arrancarlos (…). Yo feliz por mi atrevimiento -y tanto- , mi hermana feliz por su afán de ayudar y hacer el bien -o eso creía ella-.

Esa criatura que llega al colegio por la mañana más temprano que nadie con las legañas trepando por el lacrimal y con un ramo de lustrosos conejitos escondidos en la mochila, para que recobren la poca vida que les queda. Entra furtiva en la clase vacía y se agazapa bajo el pupitre de Ícaro buscando un punto estratégico donde colocar su cebo. Toda rebosante de ilusión, con las esperanzas puestas en la tan comentada sabiduría de su hermana que ya iba destinada a ser periodista. Visualizando el gran momento de compartir una piruleta en la rama más alta de su cabaña con el amor de sus amores.

Esa clase que se llena de niños chillando. Una servidora que se coloca corriendo en su puesto. Esa media paleta que entra en escena. La pequeña criatura que se muerde el labio con los ojos como platos a pesar de las legañas. ¡Alto! ¡Los conejitos han sido descubiertos! El tiempo se para. Pero el corazoncito bombea más y más aprisa al ver cómo la presa sonríe triunfante ante tan inesperado obsequio: «Pero, y ¿esto ande ha salío?». El público vibra. Expectación. Y el pícaro de Ícaro que gira su cabeza a su alrededor, se le ilumina la bombilla y se va derechito hasta Lucía (la más guapa de la clase, claro) a darle el ramo, aún más triunfante que antes, con todo su garbo. Y yo que me quiero morir en el campo de conejitos. Y para arreglarlo empieza la clase de lengua.

¡¿PERO NO ES ESTO LAMENTABLE?!!! ¿Por qué la vida golpea tan fuerte? ¿Qué es lo que pasa por la cabeza de un hombre o, mejor dicho, qué es lo que no pasa? Bueno, no hay que dramatizar. El único dedito que urgó en la llaga fue el ver cuando salía de clase cabizbaja el ramo que había reunido con tanto esmero ya pisoteado en el suelo. ¡Pero qué simbólico! En fin, gracias, hermana… porque me has hecho más fuerte.

Bueno, pues esta es la historia de cuando comencé a mostrar mis dotes de seductora. Desde entonces ha sido un no parar. Y es que de todo se aprende. Aunque he de decir que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Así que volví a presentarme, muchos años más tarde, con un gran ramo de margaritas naranjas ante otro hombre con todos sus dientes. Eso sí, esta vez acompañado por una botella de champán. Con la suerte de que las flores le encantaron, pero el champán no. Así que me tuve que pimplar yo la botella entera. ¡Eso sí es un plan con éxito!

Hasta luego, corazones

que os jartéis de polvorones