Pasaron tantos y tantos años mientras yo anhelaba llegar a la edad adulta para poder usar los tacones de vértigo de mamá (bueno, en realidad ella siempre usaba manoletinas, pero me habría encantado que fueran tacones rojos de charol), los pintalabios color fresón de Palos y el Rimmel que potenciaría mi penetrante mirada…pasaron tantos y tantos años en que me imaginaba siendo la secretaria ideal tecleando una Olivetti bajo unas uñas de brillo perfecto…para que después de tanto tiempo llegara a traicionarme a mí misma, pues nunca fui lo que se dice la imagen de la feminidad.
A pesar de todo, siempre ha habido momentos en mi vida en los que en mi cabeza ha sonado una vocecita: «toc, toc…holaaaa… ¿estás ahí…? Soy la mujer que llevas dentro. Aún no lo sabes, pero tenemos mucho de qué hablar…». Esa tímida voz que ha llegado a asustarme incluso más que la que llegó a gritos haciéndose llamar la menstruación. Pero esa es otra historia.
Como decía, cuando esa voz ha sonado en mi interior en lugar de ignorarla he solido responderle amablemente, al menos por unos minutos. Al día siguiente me olvidaba de ella. Pero no mi cartera… A pesar de mi pobre economía de estudiante me lanzaba a la droguería/body-shop más cercana a dejarme los durillos en una dosis de mujer. Ese día iba en busca de un pintalabios (o un lipstick, para las que entendemos del tema) color pastel rosado (rosed cake) tan acorde con mi tono de piel. El ay,liner lo dejaría para otro día. Entré decidida meneando mis caderas de la mejor manera que sé. Y echando el pelo de mi flequillo hacia atrás con un hábil movimiento de cabeza le pedí consejo a la dependienta. Aún no sé si tenía ganas de pasárselo bien o sólo intentaba hacer su trabajo, pero me mostró una nueva gama denominada «SUPER-SEXY». (…) Aparentemente aumentaba el volumen de los labios gracias a un incremento del flujo sanguíneo. Y dicho esto me dejó sola con mis cavilaciones: «Oye, pues no me vendría mal una tallita más de labios». «Y esta marca, es de confianza, ¿no?». «Y se llama súper-sexy…eso tiene que querer decir algo». Decidido. Probé en el dorso de la manita como yo había visto hacer a otras mujeres de mi talla hasta dar con el color adecuado. Lo que no me había contado mi vocecita de la feminidad es que en las tiendas los colores en la manita son unos…y en casa son otros.
Al llegar la noche estando yo deseosa de ponerme mi barra nueva para romper, tomo por banda la susodicha y me la aplico suavemente frotando una y otra vez los labios uno contra otro hasta que hacen «pop». Y ya no hay stop. Ahí estaba yo. La más picante de todos los bares. Pero, oh, vida cruel, no porque fuera la más sexy, sino porque de mis labios emanaba un escozor picante que al parecer era el que producía el aumento de volumen de los labios por un sofisticado sistema de irritación. ¡Qué gran mente creadora detrás de esa barra! Sin comentarios el color que escogí con tanta dedicación. Porque el rosa, palo, palo, no era. Más bien un poquito verbenero.
Y hoy me he acordado de esa seductora barra porque ha tocado sesión de maquillaje (sola en casa, para ver si aprendo), he rebuscado en mi vieja y reducida «bolsita de aseo para maquillaje» y me he reencontrado con ella. La que hizo de mí una mujer en la noche. Y resulta que es como los buenos vinos, gana con los años, porque la he probado y ahora los labios se me hinchan mucho más.
Total, que al final mis intentos de feminizarme son un poco un fracaso. Que para ser sensual no hay nada como la naturalidad. Ni carmín en los labios, ni sufrimiento ni nada. Ni los camareros me echaban cuenta aquella noche cuando les pedía una cerveza. Con aquellos labios… nada que hacer.
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